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2020-06-06 01:00:00 Ferremol - Gabriel Celada Maquinarias Agrícolas
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UNA VIDA LIGADA AL TALLER DE ZAPATOS

Miguel Ángel Giordanino lleva 46 años de trabajo como zapatero, pero su historia de vida tiene mucho más que eso, no se pierdan esta historia de un vecino que aprendió hace tiempo atrás un oficio.30/06/2024

Miguel Ángel Giordanino nació en Las Varillas allí vivió junto a su hermano y a sus padres hasta sus 21 años, luego vendría a la localidad de Pozo del Molle tras contraer matrimonio con Marta Pronetto, el 29 de abril de 1978, desde allí ya se quedaría aquí hasta la actualidad.

Hola Miguel, gracias por recibirme, ¿Qué recordas de tu infancia?

Miguel Ángel – “Yo empecé a trabajar desde muy chico, mis padres tenían una fábrica de escobas, ellos tuvieron un accidente en donde se les quemó un chasis completo, entonces necesitaban chirolear para poder comer y yo tenía 6 años y medio cuando me sacaron a vender escobas casa por casa, en la manzana nuestra, la del frente, visitaba después toda la ciudad, no fue muy lindo, pero me sirvió de base en la vida, eso de andar en la calle vendiendo, si vendías comías, así fue”.

¿Dónde hiciste los estudios primarios?

Miguel Ángel - “En esa época no hice jardín, prácticamente no había, comencé derecho en primer grado en la escuela Bernardino Rivadavia, ahí pegado a la ruta, por ahí me rio de que todos nos quejamos de que no tenemos aires acondicionados, en esa época la terraza era nuestro aire, como alumno siento que no fui tan aplicado, me gustaron siempre los deportes y las matemáticas, siempre acudía al colegio, no faltaba por que sí”.

¿Tuviste la chance de hacer estudios secundarios o fuiste derecho a trabajar?

Miguel Ángel – “Cuando terminé el primario empecé a trabajar como cadete en la mueblería Vallejos, que estaba pegada al banco Córdoba ahí en Las Varillas, cuando comencé tenía un poco más de 12 años, hacia limpieza y después también atendí un poco el negocio porque al patrón le gustaba salir a tomar el café a media mañana, allí aprendí algo de mimbreria, el patrón hacia todo lo que era con mimbre, en ese momento me conoce Sacavino, que era uno de los amigos que compartía el café con Justo Vallejos y me pregunta si quería trabajar en su fábrica de zapatos”.

¿Antes de ir a esa fábrica tuviste ganas o iniciativas de estar en el mundo de los zapatos?

Miguel Ángel – “No, nunca había tenido relación, recuerdo de niño cuando vendía escobas que tenía relación con uno o dos zapateros, me quedaba mirando a veces, pero no más que eso, pero bueno le dije a mi patrón que me iba con Sacavino, en ese tiempo comencé además el secundario en el Vélez pero no pude terminar, al fnal de primer año abandone, hoy por supuesto me arrepiento de eso o de un montón de cosas, pero por otro lado uno aprendió un oficio, éramos 17 trabajando en la fábrica, se sacaban 120 pares de zapato por día, al año que estaba trabajando en la fábrica yo ya arreglaba zapatos”.

¿En qué año ya comenzaste a arreglar entonces?

Miguel Ángel – “Y allá por 1970, la máquina de coser que tengo ahí es de esa época, en esa época le dije a mi patrón que si me dejaba después de hora quedarme a arreglar, que yo le pagaba lo que gastaba de material y me dijo que si, en mis comienzos Ramos, un señor que tenía calzados me prestaba la máquina, así lo hice hasta que me pude comprarme una, es más, si ves las máquinas de pegar que tengo acá, son todos los moldes que yo le sacaba al patrón, todos los sábados hacíamos limpieza general, se desarmaban las máquinas y yo en un cartón marcaba todo, cuando vine a Pozo del Molle fui de Juan Cabrerizo y me hice la máquina”.

“Después cuando me saca a trabajar mi viejo a la fábrica, en ese momento su fábrica (de escobas) era Giordanino y Rosetto, al separarse ellos me llama y vuelvo con él, viajaba de lunes a viernes a vender por toda la zona, teníamos muchos supermercados, la zona de Santa Fe, viajaba bastante lejos, después nos agarró una mala época y cometimos errores también que llevaron a que se cierre la fábrica, allí me casó y mis suegros nos dijeron que nos viniéramos a vivir a Pozo del Molle, en esa época no había un garaje para alquilar acá, así que fuimos a la casa de ellos”.

¿Así que en la casa de tu suegro empieza la historia de zapatero en Pozo de Molle?

Miguel Ángel – “Si en la casa de mi suegro Ovidio Pronetto, yo tenía el equipo para hacer las escobas y para trabajar con los zapatos, le corrimos el Duffini (auto) del garaje y fuimos armando todo, en esa época teníamos varios zapateros en Pozo del Molle, estaba don Gontero, Don Pérez, Tico Arce, Chito Colombo al frente de la plaza, pero bueno empecé a imponer mi estilo de trabajo y gracias a Dios todavía lo seguimos contando, son 46 años de zapatero, estuvimos ahí en un galponcito en el fondo, en la calle Belisario Roldan al frente del club Argentino”.

¿En qué momento se traslada al lugar actual de calle Rivadavia?

Miguel Ángel Giordanino - “Estuve cerca de irme, tenía un primo Roteda que me hacía de puente para ingresar en Arcor, tuve la chance de irme a una zona de Salta, Tucumán o en el sur de Buenos Aires, yo estaba muy acostumbrado a la calle y me sentía encerrado, me gustaba más estar libre, tenía todo hablado y me dijeron que vaya a solucionar el tema familiar y tenían razón, la familia pesó en tomar la decisión de quedarme, hoy estoy acostumbrado y ya tengo un promedio de trabajo de 11 horas al día”.  

¿Cómo es su día de trabajo?

Miguel Ángel – “Y arrancó 6 y cuarto de la mañana, empiezo a matear y a trabajar con lo que es mochila, bolsitos, hasta las 12, duermo una hora de siesta y después trabajo hasta la 20 y 30 de la noche, dije que iba a hacer así hasta los 60 años, luego los 65, sigo todavía, pero siento ya que deberían ser menos horas, el cuerpo me lo va pidiendo”.

¿En la actualidad este oficio cada vez tiene menos gente ejerciéndolo?

Miguel Ángel – “En Las Varillas quedaron dos de los compañeros míos, éramos 5, dos abandonaron y yo sigo aquí, yo siempre digo que hay gente que no le gusta Giordanino o por que le cobra más caro, entonces siempre digo que comparen los trabajos de uno y otro”.

¿Qué tareas siente que le gusta más de su oficio en este último tiempo?

Miguel Ángel – “A mí me gusta mucho lo que es ortopedia, yo utilizo cuero, lo que es vaqueta, como se hacía hace años atrás, hoy es todo comercio, todo goma eva, te la cobran un poco menos, pero a los cuatro meses tenes que reemplazarla, yo tengo el especialista de la clínica de la familia, Gagliardi (Roque) que directamente manda a sus pacientes a que yo les haga los trabajos, obvio que cobro unas chirolas más pero uno sabe que no se les deforma y aguantan, sobre todo a los deportistas. También tengo muchos zapatos a medida, el arreglo es lo que te va matando el tiempo, a veces para un zapato a medida tenes que ponerte a la noche o fuera de hora a tomar medidas, sacar los moldes, a veces tenes que modificar una horma en relación al calzado que tenes que hacer, es algo muy especial, por eso es que se tiene que cobrar bien”.

¿En cuanto a la ortopedia, abre puertas a que vengan gente de muchos lugares?

Miguel Ángel – “Si en ortopedia vienen de Villa Maria por que incluso allá han quedado pocos, pero no se puede todo, he dejado de arreglar valijas, la pandemia me cambió un poco el sistema, mis amigos de Las Varillas no arreglan zapatillas, no quieren saber nada, es muy dañina, la mayor parte es deporte, en un pueblo chico el campo de acción es chico, en ese entonces los empleados públicos no se movilizaban, entonces empecé a arreglar zapatillas y hoy es permanente que me lleguen esos trabajos”.

En este país, de 1978 se vivió de todo, ¿hubo mejores épocas de trabajo, alguna vez tuvo cierta preocupación o fue siempre de mantener el ritmo de trabajo?

Miguel Ángel – “No, nunca me faltó trabajo, incluso en 1979 mi mamá compró la casa al lado de la funeraria de Gribott, hicimos un galpón en el patio, mi vieja tenía conocimiento de la fábrica de escobas y hasta 1990 lo hicimos juntos, tenía el equipo completo, yo iba a las 4 y media de la mañana a armar, armaba dos o tres docenas, hasta las 7 y media que iba al taller de calzado, mi mamá hacia la terminación y preparaba todo el material, después compré acá en 1983 (calle Rivadavia) que estos eran sitios de Aguinaco, siempre en tema escobas tenía la producción de un mes en adelante vendido, atendía Pozo del Molle, La Playosa y Arroyo Algodón”.

“Además, mi suegro deja de trabajar en la ERA (hoy INTELAC) había tenido un problema de columna, se queda prácticamente sin sueldo, le dije de afilar cuchillos, sierras, fuimos a Villa Maria de Cerutti y nos hicimos explicar allá, un día hablamos con Juan Cabrerizo y armamos una máquina de afilar las sierras sin fin, que tenían en desuso, la pusimos en marcha y empezamos con los carniceros y carpinteros, yo nunca cobré esa ganancia se la dejaba a mi suegro, siempre tuvimos trabajo”.

¿Qué les diría a los clientes?

Miguel Ángel – “Solo agradecerles porque me han apoyado, creo que algo les he devuelto, es un agradecimiento total a Pozo del Molle y zona, porque sinceramente es muy amplio, tengo gente de todos lados. San Antonio de Litin, Calchín Oeste, Los Zorros, La Playosa, a todos muchas gracias”.

Miguel Ángel Giordanino, el vecino de la calle Rivadavia, ya lleva 46 años con su taller de calzado, mucho más que un zapatero, se afincó en Pozo del Molle junto a su esposa, tiene dos hijos, Ariel y Laura y ya disfruta de su nieta Giovanna. Otra historia de vida que pasa por el SELLO.

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